La rosácea es un trastorno inflamatorio crónico de la piel que afecta a más de 45 millones de personas en el mundo, la mayoría de ellas mujeres en edad adulta.
Consiste en un desorden vascular cutáneo que produce rojez, hinchazón y la aparición de pústulas, pápulas (granos con pus) y telangiectasias conocidas comúnmente como arañas vasculares.
Se localiza mayormente en la región centrofacial (nariz, mejillas, frente, mentón) pero también puede afectar los ojos y otras partes del cuerpo como cuello y pecho.
Causas de la rosácea
Las causas de la enfermedad siguen siendo desconocidas pero se han barajado varias hipótesis:
- Factores genéticos: Entre un 30% y un 40% de las personas con rosácea tienen un familiar con la misma condición. Desafortunadamente los científicos no saben aún cuáles son los genes envueltos ni cómo se pasan de generación en generación.
- Respuesta inmunológica: Las personas con rosácea tienen altos niveles de catelicidina, un peptido antimicrobiano que, producido en exceso, hace que la piel sea más propensa a infecciones, provocando respuestas inflamatorias del sistema inmune.
- Anormalidades en los vasos sanguíneos faciales: Algunos dermatólogos sugieren que la rosácea se debe a anormalidades en los vasos sanguíneos de la cara, que causan el enrojecimiento persistente, el rubor y las venitas visibles.
- Trastornos gastrointestinales: Se ha identificado una mayor prevalencia de sobrecimiento bacteriano en el intestino delgado, síndrome de colon irritable y otras condiciones intestinales entre las personas que padecen rosácea. No se conoce aún el mecanismo que causa esta reacción en la piel, pero se sospecha que existe una relación entre la salud del intestino y la rosácea.
- Ácaro Demodex folliculorum: El Demodex folliculorum vive en la piel humana sin causar problemas aparentes. Pero las personas con rosácea tienen un número de Demodex más alto de lo normal. Los expertos aún no saben si los ácaros son una causa de la rosácea o si el tener rosácea simplemente promueve el crecimiento de los ácaros.
- Helicobacter Pylori: Esta bacteria que se encuentra en el estómago, estimula la producción de la bradiquinina, una proteína conocida por causar vasodilatación. Los expertos sugieren que esta bacteria juega un papel importante en el desarrollo de la rosácea.
Tipos de rosácea
La rosácea se divide en cuatro subtipos, y a veces se pueden experimentar características de más de uno al mismo tiempo.
- Subtipo I o rosácea eritematotelangiectásica: Las personas que tenemos rosácea al principio empezamos por ruborizarnos con mayor facilidad. Poco a poco estos episodios de enrojecimiento facial (flushing) se van haciendo más intensos y persistentes hasta que las zonas afectadas se quedan rojas todo el tiempo. Te puede dar picor o quemazón y probablemente notarás estas zonas más calientes. Además, pueden aparecer arañas vasculares: pequeños vasos dilatados de color rojo debajo de la piel.
- Subtipo II o rosácea papulopustular: Este tipo se caracteriza por la aparición de pápulas (granos enrojecidos) y pústulas (granos con pus). La piel se nota caliente y más sensible ante cosméticos no adecuados. Este subtipo se puede presentar al mismo tiempo que el primero y, en algunos casos, se puede confundir con el acné.
- Subtipo III o rosácea fimatosa: La piel de las zonas afectadas se empieza a engrosar. Se presentan abultamientos irregulares y en algunos casos puede agrandarse la nariz.
- Subtipo IV o rosácea ocular: Se caracteriza por excesiva resequedad de los ojos, visión borrosa, enrojecimiento, ardor, picazón e hinchazón de los párpados. Debes estar atenta/o si presentas estos síntomas, ya que tu vista podría verse afectada. Hay personas con rosácea ocular que no presentan síntomas de rosácea facial. Sin embargo, las personas con rosácea facial pueden tener al mismo tiempo rosácea ocular.
Haz click aquí para ver imágenes de cada subtipo y aquí para identificar la severidad de tu rosácea.
¿Se puede curar?
Lamentablemente aún no se ha descubierto ningún tratamiento que cure definitivamente todos los casos de rosácea, a pesar de los anuncios que hay por ahí de «soluciones milagrosas».
Pero la buena noticia es que normalmente sí se puede controlar.
Si la tratas adecuadamente y estás pendiente de los factores desencadenantes, podrás llevar una vida “normal” y lo pongo entrecomillas porque, cuando hablo de llevar una vida normal, me refiero a una vida más saludable.
Pero si no cambias los hábitos de vida que perjudican tu piel, difícilmente podrás conseguir los cambios que deseas, o por lo menos no a largo plazo.